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…que combinado con una evolución más desigual de la renta ha ampliado la brecha generacional de riqueza: una «bola de nieve»

La visión de la riqueza de los hogares por edad del cabeza de familia ilustra también dos fenómenos con claridad. El primero de ellos es que la distribución de la riqueza neta es coherente con el perfil esperado del ciclo vital: riqueza creciente con la edad (fase de acumulación), hasta un cierto punto en el que aquella empieza a decaer (fase de desacumulación, en la que se tira del ahorro acumulado). Lo llamativo es que si en las primeras olas de la EFF el pico de acumulación se situaba en las edades previas a la jubilación (55-64 años), en las últimas olas ese pico de acumulación se ha desplazado hasta el tramo posterior a la jubilación (65-74 años). Esto es, el proceso de desacumulación sólo se evidencia actualmente en edades muy avanzadas, de manera efectiva en el último tramo (mayores de 75 años).

 

La segunda evidencia es que sólo son precisamente los tramos de edad superiores a 65 años los que han mejorado con claridad su nivel de riqueza en términos reales a lo largo de estas dos décadas. Más aún, habiéndose deteriorado en el resto de los tramos de edad la riqueza de los hogares en términos reales, son aquellos con cabeza de familia de menor edad (los hogares jóvenes) los que han sufrido una caída más intensa. Lógicamente esto último no deja de estar relacionado con el efecto revalorización antes comentado (muy vinculado a la riqueza inmobiliaria acumulada por la generación de más edad), así como con el mayor deterioro que también han sufrido los jóvenes en términos de renta.

 

Efectivamente, en el análisis de la desigualdad entre los hogares españoles es importante considerar de forma conjunta el comportamiento entre la renta y la riqueza acumulada, pues la segunda guarda una relación de causa-efecto con la primera. Un mayor nivel de renta, y por tanto de capacidad de ahorro, permite una mayor acumulación de riqueza (amplificada, en su caso, por una potencial mayor rentabilidad) que a su vez deviene en mayores niveles de renta disponible.

 

Ese mecanismo de autoalimentación entre renta y riqueza se pone claramente de manifiesto al analizar los indicadores convencionales de desigualdad en una y otra variable, y como han evolucionado en lo que va de siglo. En términos de renta disponible, la EFF permite medir dos indicadores complementarios de desigualdad. Por un lado, la ratio entre la renta media y la mediana, y por otro el porcentaje que sobre renta total de hogares detentan los percentiles más altos (1%, 5%, o 10%) de renta. Pues bien, la ratio entre renta media y renta mediada apenas ha variado, desde 1,31 veces a la EFF de 2002 hasta 1,32 en la de 2020.

 

Frente a esa razonable estabilidad en la distribución de la renta de los hogares, la distribución de riqueza arroja un incremento mucho más intenso de la concentración, sea cual sea el indicador utilizado para su medición. El más sintético de ellos, la ratio entre riqueza media y mediana, que ya de por sí presentaba en 2002 un valor más elevado que en el caso de la renta (1,61 frente a 1,31), se ha incrementado fuertemente hasta 2,21 en 2020. Pero, sobre todo, se ha producido un importante incremento en la concentración de riqueza que detentan los percentiles más elevados de la distribución: el 1% de hogares más ricos detentaba el 13,8% de la riqueza en 2002 y alcanzaría en 2020 el 22% según la EFF. Por su parte el 10% más rico habría pasado del 43,9% al 53,9%.

 

Los factores que pueden explicar esa concentración de la riqueza de los hogares a un ritmo mucho más intenso que en la renta, se pueden agrupar en dos categorías: acumulación y rentabilidad. La primera tiene que ver con que los hogares con mayor riqueza están notablemente correlacionados con los de mayor renta, y estos tienen una mayor capacidad y propensión al ahorro, lo que se traduce en una mayor capacidad de acumulación de riqueza. La segunda haría referencia a un mayor potencial de rentabilización de dicha riqueza en el caso de los hogares con mayor renta y riqueza. Dicho mayor potencial, a su vez, puede tener varios factores explicativos:

 

– Una mayor educación financiera, y con ello, mayor capacidad de elegir entre un mayor abanico de alternativas de inversión y de proveedores de servicios financieros que les permiten acceder en mejores condiciones.

– Una mayor propensión a asumir riesgos, y con ello a rentabilidades superiores desde una posición de mayor holgura financiera y capacidad de absorber escenarios adversos de sus inversiones.